Dic 12, 2011 Felix Tapia Los investigadores Opinan 0
Un interesante artículo de Ricardo Gil Otaizasobre la esperanza y calidad de vida de los seres humanos. Relata la importancia de vivir largos años pero con calidad de vida y presenta una reflexión sobre la forma como vivimos los seres humanos. (Tomado del Blog del Prof. Félix J. Tapia.)
happy wheelsLa mayor tragedia del ser humano no es el morir; a la final todos los seres vivos que habitamos el planeta algún día nos marcharemos. La tragedia es el tener conciencia de nuestra finitud, de allí el desgarre anímico; de allí la angustia existencial. El gran Miguel de Unamuno no tuvo al respecto empachos de ninguna índole, y solía advertir a quien quisiera escucharlo, que deseaba vivir para siempre, que se resistía a la idea del morir y de perder la identidad, la conciencia de sí. No debe extrañarnos entonces el inmenso arsenal terapéutico que se ha desplegado desde el inicio de los tiempos para combatir la enfermedad, con el no muy soterrado anhelo de alcanzar algún día la inmortalidad.
Morir sanos
El Universal
viernes 9 de diciembre de 2011
Ricardo Gil OtaizaMi abuela materna murió poco antes de cumplir 100 años y quienes la atendieron en sus últimos días (sobre todo quienes no la conocían, como enfermeras o médicos) solían expresar su asombro frente a lo que ellos consideraban inaudito: tenía la piel como una mujer de 40 y sus piernas no tenían ni un asomo de várices. Su vida fue sana al extremo de no conocer lo que nosotros llamamos comida basura o chatarra. No supo mi abuela lo que eran hamburguesas, perros calientes o pizzas. Su alimentación solía estar constituida por verduras, ensaladas, sopas y carnes blancas. Parió doce muchachos y fue un ama de casa entregada por entero a sus obligaciones. ¿De qué murió? No lo sabemos aún. Suponemos que de vieja. Lo que sí sabemos es que la abuela murió sana.
Aunque no lo creamos, ya Hipócrates, “Padre de la Medicina”, quien vivió 468 a 377 a.C. fue propulsor de llevar una vida sana y equilibrada para conservar la salud. Es decir, este boom de la prevención y el naturismo que hoy nos arropa, no es nada nuevo. El ser humano a lo largo del tiempo ha comprendido la necesidad de conservar la salud (o evitar la enfermedad, como queramos verlo) por la vía de una existencia alejada de artificios y a través de una alimentación rica en nutrientes de origen natural, preferiblemente del reino vegetal. Solo que entre comprender la idea y ponerla en práctica se ha establecido un hiato imposible de sortear, sobre todo como consecuencia de los ajetreos propios del mundo moderno, que nos imponen salidas “ligeras” frente al acoso del tiempo y de las múltiples actividades que realizamos a diario.
La mayor tragedia del ser humano no es el morir; a la final todos los seres vivos que habitamos el planeta algún día nos marcharemos. La tragedia es el tener conciencia de nuestra finitud, de allí el desgarre anímico; de allí la angustia existencial. El gran Miguel de Unamuno no tuvo al respecto empachos de ninguna índole, y solía advertir a quien quisiera escucharlo, que deseaba vivir para siempre, que se resistía a la idea del morir y de perder la identidad, la conciencia de sí. No debe extrañarnos entonces el inmenso arsenal terapéutico que se ha desplegado desde el inicio de los tiempos para combatir la enfermedad, con el no muy soterrado anhelo de alcanzar algún día la inmortalidad.
Cuando analizamos la esperanza de vida en los países desarrollados, nos asombra (y nos genera envidia) cómo han alcanzado elevadas cimas. Se puede decir que un hombre y una mujer de 50 o 60 en aquellos países son considerados en etapas productivas y con grandes expectativas de desarrollo personal. No sucedía así hace varias décadas (o en países pobres), cuando a esas edades (incluso menores, hoy consideradas medianas o de transición) las personas ya estaban preparando la mortaja y el testamento. Baste echar un vistazo a los canales extranjeros (del imperio y los europeos) para cerciorarnos de que los modelos de comerciales y hasta los presentadores de programas de elevado rating son personas mayores. Tascas, cines, teatros, clubes, hoteles, tiendas y calles de países desarrollados, están plenas de personas que sobrepasan con creces los 60 años.
Al parecer, morir sanos es la meta del hombre y la mujer contemporáneos, y hacia allá se perfilan los estudios científicos y los esfuerzos gubernamentales de buena parte de los países del primer mundo. ¿Hasta qué punto la meta será plausible para todo el orbe? Lo ignoramos. Contentémonos con saber que las edades productivas cada día sobrepasan los estándares internacionales, y ello resulta interesante a la hora de reflexionar acerca de nuestra calidad de vida. Creo que debemos prestarle atención al asunto y así poner manos a la obra. Es cuestión de vida… o de muerte.
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